domingo, 9 de noviembre de 2014

Mujeres de ilusión

La televisión contribuye a fomentar la dañina influencia de las ilusiones que me rodean y corroen el alma. Al verla cocinar a Xime por Cocineros Argentinos siento cómo el alma intenta salírseme del pecho, aunque su idealización en una perfecta ama de casa, resulte inevitable. Soy un misógamo asumido, y todas esas estupideces de la casita y los hijitos me parecen fruslerías. Creo que el ser humano se relaciona con sus semejantes más por hábito u obligación que por verdadera decisión precedida por un deseo genuino. Tener una familia hoy es caer en la Mentira.


Cuando veía en la primera temporada de En Terapia o durante una de las semanas de 12 Casas de Santiago Losa, a Ailín Salas y su plañidero encanto, cada capítulo que había con ella me incitaban a la condescendencia, al amor y al miedo de perderla. Pero, ¿por qué iba yo a sentirme responsable por lo que pudiera pasarle a aquella febril muchacha, si no era ni mi novia ni mi pariente ni nada mío.. por qué habría de amarla a aún con las particularidades que no son propias de ella sino de su personaje? Porque caía en el dulce ardid de una ilusión. Les daba de algún modo mayor vigor a los demonios que llevo dentro. Dijo Vargas Llosa que un “escritor es aquel que escribe, no lo que quiere escribir (ése es el hombre normal) sino lo que sus demonios quieren”, y ahí tengo mencionados a dos de mis demonios: a Xime, la ama de casa, y a Ailín Salas, la chica neurótica. Son sus personalidades o su esencia (más allá del hecho de que cuando se conoce cómo son en verdad los actores que encarnan una ilusión, uno se cura del peor de los engaños, o de la respuesta obvia de que aquello es sólo teatro), lo que me atormentan y me urgen a escribir sobre eso. Me resisto a escribirlo, porque pensármelo se me hace inevitable, imagino historias con aquellas criaturas de ilusión, las escucho, como con ellas, les hago el amor, las insulto, me reconcilio, hacemos otra vez el amor, miramos una película y la comentamos.. Semejante efecto se producen con muchos de los personajes del animé japonés, aunque sus consecuencias resulten menos contradictorias que en el caso de los actores de carne y hueso, pues ya no guardan vínculo tan estrecho con la realidad. He intentado buscar al personaje de Ailín Salas en mujeres de todo tipo, y me he llevado un chasco. Es más posible una Asuka en mi corazón que una Ailín Salas en mi imaginación. Tal vez yo debí haber sido una caricatura.
Esta no es una sensación nueva. Ya cuando contaba con 18 años de edad, me fascinó el personaje que encarnaba Natalie Portman en Un Perfecto Asesino. Me sentía un poco Jean Reno después de eso, a quien sólo conocía por su lamentable participación en Ronin. Y también me fascinó por aquella época el personaje animado de Lynn Minmei de la Saga de Macros de Robotech. ¿Por qué? Pues porque en ambos casos se trataba de chicas que perdían la inocencia a consecuencia de circunstancias adversas y surreales. Al parecer buscaría una pareja así yo por aquel entonces, una futura ama de casa neurótica, aunque no la haya encontrado en la vida real. Creí encontrarla en una muchacha oriunda de San Juan, pero esa es ya otra historia. Está también, por aquel tiempo, la falsa imagen que me hice del amor con la película Cumbres borrascosas (1939) de William Wyler, tan anacrónica para nuestro tiempo (me gustó más que la novela de Emily Brontë, por cierto). Perdido en ilusiones pasajeras, en los caprichos de la nebulosa del destino de amar y de soñar despierto, permanezco como suspendido en el aura de la imaginación.

“¿y cuando uno lee..?” No, porque cuando uno lee también piensa, constantemente está pensando, y al pensar no comete el error de dejarse llevar tan dócilmente por una imagen creada en la mente (al menos que uno así lo desee). Aquellas imágenes, ¿apelarían a mí para entretenerme o para confundirme? es un crimen intentar implantarle una idea así a un mortal cuando éste está con las defensas bajas, con el pensamiento inactivo o depositado en otro sitio. Está dicho hoy aquí: prohibido pensar sobre lo que se siente, cuando se ve la televisión. Es mejor dejar que le exploten las emociones a uno como mejor les parezca, que inciten a los demonios a la revuelta.. Piensen que a fin de cuentas sólo se trata de ficción científica, y que la realidad real se encuentra más cerca de lo que creemos.

Hay sin embargo cierta muchacha que me inspira amor, aunque se trate más bien de un amor fraternal, como el que se sentiría por una hermanastra. Ni se me pasaría por la cabeza desear acostarme con ella, conviene aclarar. Hoy en día se dice que tal mortal gusta de tal otro, pero el verbo “gustar” resulta demasiado ambiguo, pues qué es lo que gusta (su forma de pensar, sus ojos, su cuerpo, todo..), y amar suena un tanto exagerado para lo que siento, así que “amor fraternal” está bien. Digamos que amo sus cualidades, que no son las mías, como el ser abstracto que en realidad es. Aclaremos: es un ser de carne y hueso, pero cuyas cualidades van más allá de todo sexo, “más más allá” como soñara Pessoa. Es toda ella pensamiento y toda ella ilusión. La siento como a una versión mía mejorada, superada, transmutada. Voy a pasar a llamarle “ella”. Puedo decir que “ella” parece haber pasado por un proceso de alquimia hermética, por el cual el pensamiento alcanza una forma más elevada, más pura. Puedo hacer una gran distinción entre “ella” y Ella (Ella, de quien sí se puede decir que yo he estado enamorado.. aunque la verdad nunca haya alcanzado a entender mis sentimientos por Ella): Ella era frívola y doctrinaria, y “ella” es libre y mística. Ella se reía como una niña ingenua, pero se atormentaba pensando, su fe en Dios era su guarida, y su castidad, su más alto valor en la vida. Creo que me encapriché con emanciparla de su miserable virginidad, pero su fe en Dios fue mayor.. “yo soy más Dios que Él, pues soy Dios de Mí mismo”, le dije, y me creyó un loco. Pasemos a algo en común que tenemos “ella” y yo, algo que Clavdia Chauchat le reprocha a Hans Castorp en un fragmento de la Montaña Mágica de Thomas Mann: “(…) me tranquiliza oír que no es un hombre apasionado. Si fuese apasionado, no podría ser lo que es. La pasión significa vivir por amor a la vida. Y ya sabemos que usted vive por las meras experiencias que la vida pueda proporcionarle. La pasión es el olvido de uno mismo y usted no tiene otra preocupación que la de enriquecer su espíritu. Ni se le pasa por la cabeza que ésa es una abominable forma de egoísmo, y que, un buen día, se convertirá usted en un enemigo de la humanidad”. Así vivimos, ajenos al resto, exentos de pasión, sedientos de las meras experiencias que la vida pueda ofrecernos, con la diferencia de que yo ya me he convertido en un enemigo declarado de la humanidad, un misántropo que en su neurosis aún busca algo de aprobación de parte de otros mortales. Soy el Hedonista Azul, aquel que ha llegado a la cúspide de su egoísmo, ante un mundo que ha llegado al paroxismo de la Mentira, en un lugar donde habitan “esos seres abortados y creados para irrisión de sus semejantes”. Es “ella” la que va por el mismo camino, y la que debe adoptar el budismo o correrse de la Rueda de la Fortuna o si no estará perdida para siempre, hundida en el Abismo..

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