Últimamente, me he sentado a divagar sobre cierto amor que
le profeso a la distancia a una dulce
muchacha selenita: su imposibilidad me aterra.. Pues bien.. Sucedió más o
menos así (me refiero al día a partir del cual me enamoré de aquella muchacha,
y ya no pude dejar de meditar sobre aquel amargo asunto): había salido con
alguien y todo iba lo más bien, hasta que, un poco pasada la medianoche del
sábado anterior, me ocurrió algo.. El centro estaba bastante concurrido en
aquellas primeras horas de la madrugada: borrachos al paso, travestistas
aficionados, parejas que formaban difíciles conexiones anatómicas entre ellas..
Me encontraba sentado a la mesa de un bar muy popular en el Barrio, llamado
Dédalo, tomándome unas cervezas. Estábamos sentados afuera (yo y una mujer algo
mayor que yo), y se sentía bien allí, pues el aire de la noche era fresco
después de haber estado pesado durante toda la tarde. En un momento dado, en el
que dejo de hablar, me siento como absorbido por un momento lejano y difuso. Me
sentía invadido por una sensación de constante irrealidad; nada de lo que me
rodeaba tenía algún sentido, y yo no tenía cabida allí, no embonaba para nada
en aquel sitio. De repente, y sin previo aviso, se acercan unos sujetos a
saludar, no a mí, por cierto, sino a mi compañera de mesa.. Y no logré
soportarlo más, pues la idea de fingir, de aparentar ser lo que no soy de
nuevo, de saludar a esos tipos que no conocía ni pensaba conocer jamás, me
repugnaba hasta tal punto que sentí un leve mareo, una náusea peregrina, una
mayor irrealidad que antes.. Me levanté como impulsado por un gran resorte y
dije, vociferé más bien, que iba al baño, pero lo cierto es que me perdí entre
la muchedumbre que iba y venía por la angosta vereda, y huí (cabe señalar, que
un poco bebido), a toda prisa y sin
mirar atrás. Crucé la plaza en diagonal, pasé la comisaría y llegué jadeando al
Parque Municipal. No había ni un alma allí, ni un murmullo, tan sólo un
silencio, pleno y absoluto, aunque espeso e indiscernible.. Me adentré, penetré
en la pesada oscuridad del parque, y me sentí embelesado, liberado, extático,
ante la paz infinita que me prodigaba aquel espacio bañado de sombras. Hallé cobijo
entre las tinieblas, y me sumergí en un deleite musical. No había luna en el
firmamento ni media ni llena, sino sólo estrellas y mosquitos. Deseaba el apoyo
de alguna idea o la promesa de algo, de cualquier cosa, o algún consuelo que me
permitiese respirar y pensar mejor, pero no había nada a la mano, nada al
alcance de la psique.. (nada, nada).. sólo hubo un vacío, una vacuidad abismal, suprema,
y entonces dejé de pensar. Solamente una emoción extraña brotó de mí, una
emoción tan viva, tan intensa, que quise largarme a llorar, pero me contuve
(pues era ridículo llorar sin una razón aparente); aunque duró muy poco aquel
temple fingido de muchacho criollo. Era como si todo mi ser quisiera ser algo
propio, y no ajeno. El dolor era tan atroz que sentí que mis entrañas se retorcían y que un
ácido corrosivo se deslizaba por el esófago hasta las vísceras. Comencé por
improvisar un llanto silencioso, sollozando sin tener alguna idea del por qué, y
me dije: “bueno.. al fin ha pasado: has perdido la cabeza”.. Pero no me sentía
triste al llorar, no, pues lloraba de la emoción que me embargaba, producida y reproducida en ese instante
tan pleno y propio. Es patético el imaginarse siquiera a un tipo de veintipico
llorando, pero como me encontraba solo en medio de nadie y de nada, poco me
importó cómo me viera. Pronto todo pasó y recuperé de a poco la conexión con el
mundo real, adquiriendo asimismo también la noción de desolación de aquel sitio..
El silencio quedó anulado por el timbre del celular. Sabía que se trataba de la
mujer a la que había dejado plantada en el Dédalo y también sabía que había obrado mal y
que debía disculparme, pero por fin me di cuenta de que también sabía que
aquello la verdad no me importaba en absoluto. Iba a apagar el celular, cuando
descubrí que había dejado abierta la ventana de Whats App y leí un mensaje que
decía “Quiero que seas tú…”. Vaya, pensé, nadie me ha pedido eso jamás, de tal
suerte que ya no sé qué significa ser yo. Se lo agradecí mil veces, pero no
quise molestar a la portadora de tan cálido mensaje, pues entre sus mensajes también se leía: “y si no quisiera
escribirte, te aseguro que no lo haría más”, como en una especie de
advertencia o vaticinio, y en mi estado de embriaguez podría llegar a escribirle algo que
resultase irreparable (pensé en escribirle: “te amo”.. pues, menos mal que me
despabilé a tiempo y le contesté alguna obviedad como respuesta y apagué el
celular. No se le dicen esas cosas a nadie por escrito, porque suena a burla).
Cuando me volvía a casa, trastabillando en cada esquina, pensaba en la idea que
me había transmitido aquel mensaje, y pensaba también: “¿Cómo puedes conocerme tan pero tan bien,
muchacha selenita, tan lejana y tan perfecta?..” Y el amor fluyó de mí hacia
las estrellas, y la luna asomó su naturaleza pálida y luminosa, y los grillos
se mofaron alegremente de mi amor, pero yo no los oí, y salté y grité mi amor
en medio de la noche oscura. Aquella muchacha selenita me diría cómo ser yo, me
enseñaría a ser.. Mucho más tarde comprendí mi torpeza, mi craso error, pues
nadie puede enseñar eso. Pero ya la idea estaba asentada: estaba enamorado de
todo lo que representaba para mí aquel instante en que fui libre de verdad, en el que encontré alguna salvación.. Desde entonces soy un prisionero de mi propia
libertad.. (¡Vaya!).. Y porque debo aprehender lo mágico de ser, es que parto en un viaje
largo y distinto, llevando todo lo mío conmigo, mi mente y mi espíritu, hacia algún lugar desconocido. Contemplando la luna, en cuanto tenga la más mínima oportunidad, le aullaré un
“te amo”, y será un tributo a la muchacha selenita, quien me rescató en aquella
noche de delirio y a quien amo y amaré infinitamente.. Me marcho, pues, a
buscar mi vellocino de oro, a ejecutar mis doce pruebas, y me arrancaré de la
mente la terrible idea del amor, pues se trata de un sentimiento precoz.. El
amor es una ordalía mayor, que debe sufrirse cuando uno ya ha sufrido por sí
mismo y ya no puede joder a nadie con sus caprichos y estupideces. Así que
cuando vuelva, nos amaremos en un mundo propio, una conjunción de mundos
perfectos y puros, y recién entonces querré saber si su piel se eriza al
contacto con mis manos o si su pelo huele a aceite de oliva o si sus labios
realmente saben a café torrado.. Existe también la posibilidad de que no me ame y me
expulse lejos, y entonces, me iré lejos, lejísimos, en la dirección correcta.. Por su whats-app, sé que podré seguir adelante, que podré respirar la esencia más pura, el aroma silvestre. Y sólo cuando regrese de mi viaje, desearé perder el sentido en su pelo desgreñado y oscuro, y abrazar su figura encarnada en el silencio.. Sólo entonces podré resguardar su marchita sonrisa en el otoño de mi alma, hasta que un buen día llegue una primavera que nos una en su tibia armonía. Nuestra paz será mutua y eterna, Ya no se hablará de amor, no existirán los celos, no sufriré ya alucinaciones producidas por su belleza, no se escribirán plegarias de ningún tipo.. Tan sólo seremos un gran abrazo elevado hasta la penúltima de las estrellas, una mezcla de aromas y sabores tan pero tan intensos, que moriremos los dos de la emoción de mar y ser amados para siempre...