domingo, 22 de marzo de 2015

Por un whats-app

Últimamente, me he sentado a divagar sobre cierto amor que le profeso  a la distancia a una dulce muchacha selenita: su imposibilidad me aterra.. Pues bien.. Sucedió más o menos así (me refiero al día a partir del cual me enamoré de aquella muchacha, y ya no pude dejar de meditar sobre aquel amargo asunto): había salido con alguien y todo iba lo más bien, hasta que, un poco pasada la medianoche del sábado anterior, me ocurrió algo.. El centro estaba bastante concurrido en aquellas primeras horas de la madrugada: borrachos al paso, travestistas aficionados, parejas que formaban difíciles conexiones anatómicas entre ellas.. Me encontraba sentado a la mesa de un bar muy popular en el Barrio, llamado Dédalo, tomándome unas cervezas. Estábamos sentados afuera (yo y una mujer algo mayor que yo), y se sentía bien allí, pues el aire de la noche era fresco después de haber estado pesado durante toda la tarde. En un momento dado, en el que dejo de hablar, me siento como absorbido por un momento lejano y difuso. Me sentía invadido por una sensación de constante irrealidad; nada de lo que me rodeaba tenía algún sentido, y yo no tenía cabida allí, no embonaba para nada en aquel sitio. De repente, y sin previo aviso, se acercan unos sujetos a saludar, no a mí, por cierto, sino a mi compañera de mesa.. Y no logré soportarlo más, pues la idea de fingir, de aparentar ser lo que no soy de nuevo, de saludar a esos tipos que no conocía ni pensaba conocer jamás, me repugnaba hasta tal punto que sentí un leve mareo, una náusea peregrina, una mayor irrealidad que antes.. Me levanté como impulsado por un gran resorte y dije, vociferé más bien, que iba al baño, pero lo cierto es que me perdí entre la muchedumbre que iba y venía por la angosta vereda, y huí (cabe señalar, que un poco bebido), a toda prisa y sin mirar atrás. Crucé la plaza en diagonal, pasé la comisaría y llegué jadeando al Parque Municipal. No había ni un alma allí, ni un murmullo, tan sólo un silencio, pleno y absoluto, aunque espeso e indiscernible.. Me adentré, penetré en la pesada oscuridad del parque, y me sentí embelesado, liberado, extático, ante la paz infinita que me prodigaba aquel espacio bañado de sombras. Hallé cobijo entre las tinieblas, y me sumergí en un deleite musical. No había luna en el firmamento ni media ni llena, sino sólo estrellas y mosquitos. Deseaba el apoyo de alguna idea o la promesa de algo, de cualquier cosa, o algún consuelo que me permitiese respirar y pensar mejor, pero no había nada a la mano, nada al alcance de la psique.. (nada, nada).. sólo hubo un vacío, una vacuidad abismal, suprema, y entonces dejé de pensar. Solamente una emoción extraña brotó de mí, una emoción tan viva, tan intensa, que quise largarme a llorar, pero me contuve (pues era ridículo llorar sin una razón aparente); aunque duró muy poco aquel temple fingido de muchacho criollo. Era como si todo mi ser quisiera ser algo propio, y no ajeno. El dolor era tan atroz que sentí que mis entrañas se retorcían y que un ácido corrosivo se deslizaba por el esófago hasta las vísceras. Comencé por improvisar un llanto silencioso, sollozando sin tener alguna idea del por qué, y me dije: “bueno.. al fin ha pasado: has perdido la cabeza”.. Pero no me sentía triste al llorar, no, pues lloraba de la emoción que me embargaba, producida y reproducida en ese instante tan pleno y propio. Es patético el imaginarse siquiera a un tipo de veintipico llorando, pero como me encontraba solo en medio de nadie y de nada, poco me importó cómo me viera. Pronto todo pasó y recuperé de a poco la conexión con el mundo real, adquiriendo asimismo también la noción de desolación de aquel sitio.. El silencio quedó anulado por el timbre del celular. Sabía que se trataba de la mujer a la que había dejado plantada en el Dédalo y también sabía que había obrado mal y que debía disculparme, pero por fin me di cuenta de que también sabía que aquello la verdad no me importaba en absoluto. Iba a apagar el celular, cuando descubrí que había dejado abierta la ventana de Whats App y leí un mensaje que decía “Quiero que seas tú…”. Vaya, pensé, nadie me ha pedido eso jamás, de tal suerte que ya no sé qué significa ser yo. Se lo agradecí mil veces, pero no quise molestar a la portadora de tan cálido mensaje, pues entre sus mensajes también se leía: “y si no quisiera escribirte, te aseguro que no lo haría más”, como en una especie de advertencia o vaticinio, y en mi estado de embriaguez podría llegar a escribirle algo que resultase irreparable (pensé en escribirle: “te amo”.. pues, menos mal que me despabilé a tiempo y le contesté alguna obviedad como respuesta y apagué el celular. No se le dicen esas cosas a nadie por escrito, porque suena a burla). Cuando me volvía a casa, trastabillando en cada esquina, pensaba en la idea que me había transmitido aquel mensaje, y pensaba también:  “¿Cómo puedes conocerme tan pero tan bien, muchacha selenita, tan lejana y tan perfecta?..” Y el amor fluyó de mí hacia las estrellas, y la luna asomó su naturaleza pálida y luminosa, y los grillos se mofaron alegremente de mi amor, pero yo no los oí, y salté y grité mi amor en medio de la noche oscura. Aquella muchacha selenita me diría cómo ser yo, me enseñaría a ser.. Mucho más tarde comprendí mi torpeza, mi craso error, pues nadie puede enseñar eso. Pero ya la idea estaba asentada: estaba enamorado de todo lo que representaba para mí aquel instante en que fui libre de verdad, en el que encontré alguna salvación.. Desde entonces soy un prisionero de mi propia libertad.. (¡Vaya!).. Y porque debo aprehender lo mágico de ser, es que parto en un viaje largo y distinto, llevando todo lo mío conmigo, mi mente y mi espíritu, hacia algún lugar desconocido. Contemplando la luna, en cuanto tenga la más mínima oportunidad, le aullaré un “te amo”, y será un tributo a la muchacha selenita, quien me rescató en aquella noche de delirio y a quien amo y amaré infinitamente.. Me marcho, pues, a buscar mi vellocino de oro, a ejecutar mis doce pruebas, y me arrancaré de la mente la terrible idea del amor, pues se trata de un sentimiento precoz.. El amor es una ordalía mayor, que debe sufrirse cuando uno ya ha sufrido por sí mismo y ya no puede joder a nadie con sus caprichos y estupideces. Así que cuando vuelva, nos amaremos en un mundo propio, una conjunción de mundos perfectos y puros, y recién entonces querré saber si su piel se eriza al contacto con mis manos o si su pelo huele a aceite de oliva o si sus labios realmente saben a café torrado.. Existe también la posibilidad de que no me ame y me expulse lejos, y entonces, me iré lejos, lejísimos, en la dirección correcta.. Por su whats-app, sé que podré seguir adelante, que podré respirar la esencia más pura, el aroma silvestre. Y sólo cuando regrese de mi viaje, desearé perder el sentido en su pelo desgreñado y oscuro, y abrazar su figura encarnada en el silencio.. Sólo entonces podré resguardar su marchita sonrisa en el otoño de mi alma, hasta que un buen día llegue una primavera que nos una en su tibia armonía. Nuestra paz será mutua y eterna, Ya no se hablará de amor, no existirán los celos, no sufriré ya alucinaciones producidas por su belleza, no se escribirán plegarias de ningún tipo.. Tan sólo seremos un gran abrazo elevado hasta la penúltima de las estrellas, una mezcla de aromas y sabores tan pero tan intensos, que moriremos los dos de la emoción de mar y ser amados para siempre...

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